Abril, 2001
CAROLINA OTERO: VISIÓN FRAGMENTADA DEL PLANETA O LA ESPIRITUALIDAD DESDE EL DESCREIMIENTO
Por María Elena Nuñez.
Texto publicado en el catálogo de una exposición patrocinada por la Asociación Ateneo de Aragua, el Museo de Arte Contemporáneo de Maracay Mario Abreu y la Asociación Nacional de Institutos Educativos Privados ANDIEP.
Me animo a escribir esta aproximación preguntándome cuánto de moderno o de postmoderno está contenido en la obra de Carolina Otero. Luego de visitar su taller, observar su obra reciente y conversar con ella, me di el tiempo para reflexionar por varios días. He llegado a la conclusión de que en ella lo moderno, es decir, sus valores acerca de la plástica moderna (legado directo de sus padres Alejandro Otero y Mercedes Pardo), son tratados con una visión postmoderna: los desmenuza, desnuda y mezcla muy libremente, pero, paradójicamente, sin menoscabo del aprecio.
Es como si amara los despojos, es decir, lo que ha quedado en la memoria del aprendizaje del arte moderno pero en forma fragmentada: alguna pincelada de Matisse o un amarillo muy particular de Van Gogh, o la manera de construir ciertos espacios en Mercedes Pardo, junto a la fotografía rasgada de un esquíador sobre nieve o de una red de pesca de las usadas en la costa oriental. Todo esta memoria fragmentada se deconstruye y reordena ante la "visión" del planeta, de un planeta múltiple y diverso, contaminado, al que habría que cuidar más y mejor. Así reconstruye su andar, pues su obra es como un can-fino recorrido, con señales o huellas de lo que se entiende, emociona o duele, pero que sólo quiere mostrarse por la expresión plástica y con las imágenes.
Su obra dice siempre más, mucho más de lo que alcanzo a traducir: nos deja cortos, un poco sin nada, porque después que nos lo da todo nos lo vuelve a quitar. Creo que por eso su obra es postmoderna, pues aún creyendo termina por descreer (después de todo un gato es sólo un gato, pero lo más seguro es que sea más que un simple gato) ¿Pero qué hacemos para seguir creyendo? Trabajar en el taller, trazar, rasgar, no hay más remedio. Y buscar un piso sólido pues de otra manera nos perderíamos entre tanta cosa hecha añicos, y de alfi, creo, la madera como formato precioso, metáfora del árbol, de la tierra, del planeta. Nuevamente creer para descreer. Porque la madera del formato ni es árbol, ni es tierra, ni abarca al planeta. Es como demasiado. Por eso la obra se sale del formato, nos inunda y nos deja un poco vacíos: ¿Quién somos? ¿Qué venimos a hacer a esta tierra?
Entonces derivamos en una espiritualidad desde el descreimiento, desde la fragmentación. En este momento vuelve a entrar en la modernidad, para volver a salir al poco rato: juego de ilusiones, de optimización de lo óptico, para con tantos fragmentos desmenuzar más, rasgar, rasgar, más y más. ¿Escritura? ¿Paisaje? ¿Visiones del planeta desde el satélite? ¿Entramado? ¿Textura? De seguro se pueden hacer otras lecturas: unas con el álito del arte moderno y otras ciertamente postmodernas. Entonces concluyo que ella se mueve entre uno y otro extremo, entre el respeto y amor al legado y la comprensión de nuevas situaciones que han removido las bases de ese legado. La juventud y personalidad de Carolina asegura que construirá su camino con detalle, destruirá para volver a construir, combinará lo precioso con lo desechado en una mezcla vacilante, que como una hamaca nos recuerda a nuestros indígenas quienes inventaron una distinta manera de descansar, soñar, concebir, dormir...
María Elena Núñez. Caracas, abril de 2001.